- Este artículo fue originalmente publicado en Razón Pública.
Kristian Herbolzheimer, Septiembre de 2012
El éxito depende de la voluntad efectiva de las partes, de tener representantes capacitados para la negociación y de un diálogo nacional paralelo a la negociación. Una mirada a la luz de la experiencia internacional.
Señales positivas
Las cartas están echadas: el presidente Santos ha puesto en juego todo su capital político con el anuncio de nuevas negociaciones de paz con la guerrilla. La opinión pública, los sectores estratégicos y la comunidad internacional han respondido con cauta esperanza. Tras diez años de ofensiva militar, el péndulo vuelve a virar hacia la paz negociada.
Cabe destacar varios hechos singulares vinculados con este anuncio:
- Gestos innovadores y un cambio en el lenguaje: las FARC anuncian el fin del secuestro y llaman a negociar; el Presidente reconoce el conflicto armado, lidera reformas políticas, y apunta a “la victoria de la paz”.
- El pragmatismo de las FARC: tras años de empecinamiento en ‘negociar de cara al país’ han aceptado diálogos en el exterior.
- La gestión de la información: a pesar de las especulaciones, la confirmación de los diálogos tomó por sorpresa al país.
- La disposición inmediata del ELN de converger en un proceso de negociación.
- La apuesta radical por la paz de sectores sociales, sobre todo los indígenas.
- La emergencia con fuerza de la Marcha Patriótica como nuevo espacio social y político de la izquierda.
- La perseverancia de Noruega, un país que contra viento y marea ha convertido la construcción de paz en uno de los pilares de su identidad nacional.
- El protagonismo de América Latina en el acompañamiento internacional, abarcando todo el espectro político de la región.
Ciertamente el país está más escéptico que en 1999: pocos confían en las FARC y no todos confían en el gobierno. Pero eso no es malo. Así se evitan falsas expectativas y se puede mantener un apoyo crítico a las negociaciones.
El hastío de la guerra
El balance de la confrontación armada es claramente favorable al Estado. La guerrilla hoy es más débil, en el aspecto militar y en el político. Pero tanto gobierno como insurgencia parecen haber entendido que la guerra ha sido un fracaso.
La guerrilla se embarcó en una aventura que no ha dejado más que un rastro de sangre y de dolor. Y tradicionalmente el Estado ha respondido desconociendo su responsabilidad en los conflictos sociales y políticos que lastran a Colombia. El balance humano, pues, es de una tremenda derrota para el país en su conjunto: muy pocos han ganado con la guerra, y la inmensa mayoría ha sufrido –de forma directa o indirecta– las consecuencias de la confrontación.
Hoy el país está hastiado de violencia.
Es dramático que hayan tenido que pasar tantos años para llegar a semejante conclusión. Tal vez con el tiempo la sociedad podrá reflexionar sobre las responsabilidades colectivas en la continuación de una espiral de violencia tan prolongada.
Buenos negociadores
Colombia tiene una amplia experiencia de negociación con grupos armados de izquierda y de derecha. Hay bibliotecas enteras que analizan los aciertos y los errores del pasado. Si ahora el gobierno desempolva la llave de la paz es porque cuenta con un equipo que ha trabajado sigilosamente en documentar las lecciones del pasado y en trazar una hoja de ruta.
El gobierno tiene bien identificados los argumentos, los métodos y los márgenes para la negociación, y está preparado para abordar los retos que enfrentará tanto en la mesa de negociación como ante la oposición que puedan despertar los diálogos.
La guerrilla estará menos preparada. La asimetría en recursos humanos y económicos que se da en las guerras internas también se reproduce en los escenarios de paz. Como resaltan insurgentes en varios países, la guerra no da tregua y no permite preparar escenarios de construcción de paz. Además, la mayoría de los cuadros de las FARC con experiencia de negociación han muerto.
Esta debilidad no es sólo un problema para la guerrilla, sino también para el gobierno. El éxito de las negociaciones depende de que ambas partes dialoguen con todo el apoyo técnico y político necesario.
Por esta razón es común que los gobiernos saluden el fortalecimiento de las capacidades de negociación de la guerrilla: en lugar de aislar a los insurgentes se facilitan las visitas, las reuniones y el diálogo con diferentes sectores sociales, políticos y económicos. Ese fue, por ejemplo, el objetivo de la Casa de Paz, durante los acercamientos del gobierno Uribe con el ELN.
Un diálogo nacional
Si todo va bien, las negociaciones de paz pondrán fin a la confrontación armada entre la guerrilla y el Estado, y sentarán las condiciones para que el país reflexione y actúe sobre las causas, las consecuencias y las responsabilidades de la guerra.
La Mesa de Negociación entre gobierno y guerrilla por sí sola no resuelve los conflictos sociales, políticos y económicos. Pero puede propiciar cambios en imaginarios, actitudes y normas que abran nuevos cauces para la identificación y resolución de los principales conflictos.
En primera instancia, entonces, el protagonismo es del gobierno y la insurgencia. Sin embargo, la transformación real de los problemas estructurales es una tarea colectiva que involucra a todos los agentes sociales, políticos y económicos. A este efecto convendría convocar iniciativas que conduzcan a un Diálogo Nacional para establecer un diagnóstico compartido sobre los múltiples conflictos y el proceso para superarlos.
Al mismo tiempo la paz es también un proceso personal. Ningún acuerdo de paz cura las heridas, la desconfianza y la prevención tan arraigadas tras décadas de confrontación.
Tres grandes retos
Hay, por lo tanto, múltiples vías hacia la paz y múltiples responsabilidades y protagonismos. Una idea clara sobre lo que puede y lo que no puede resolverse en una mesa de negociación evita que se formen expectativas exageradas, que sólo traen frustración.
La experiencia internacional apunta a tres grandes dificultades:
- Superar la desconfianza. En Irlanda del Norte pasaron diez años antes de pudiera crearse el gobierno de concertación anunciado en el Acuerdo de Viernes Santo de 1998. La profunda desconfianza y la polarización impidieron llevar a cabo los acuerdos durante todo ese tiempo.
- Consolidar un buen gobierno. El fin del régimen del apartheid y la reconciliación nacional en Sudáfrica son probablemente las transformaciones políticas más radicales que jamás haya logrado un proceso de paz. Aún así, 20 años después del acuerdo de paz persisten unos niveles de inequidad y de pobreza abrumadores. La voluntad política y el consenso son condiciones imprescindibles, pero insuficientes, para lograr las transformaciones estructurales.
- Prevenir más violencia. Paradójicamente, en muchos países los niveles de violencia aumentaron después de la firma de un acuerdo de paz. Las principales víctimas suelen ser las mujeres: por múltiples razones vinculadas con la desmovilización, la paz en el espacio público puede aumentar la violencia en el espacio privado. Además, es previsible que un número considerable de excombatientes busquen sustento en actividades puramente criminales, como lo han demostrado muchos exparamilitares colombianos.
En el proceso de aprender de lecciones del pasado, valdría la pena analizar experiencias que permitan hacer frente a estos tres grandes retos.
Innovar para no fracasar
No hay, en estos momentos, ningún proceso de paz en el mundo que pueda considerarse ejemplar. Todos los países en transición hacia la paz comparten el reto de innovar para lograr mejores resultados. Algunas de las tendencias globales que se pueden observar sugieren:
- Crear equipos de negociación plurales, donde gobierno e insurgencia combinan cuadros propios con personas externas que aportan experiencia y representatividad de múltiples sectores. Es preciso juntar fortaleza política, experiencia técnica, diversidad de opinión y capacidad de empatía.
- En esta misma línea: dar protagonismo a las mujeres en la deliberación y en la toma de decisiones. Las mujeres aportan visiones complementarias, imprescindibles para el éxito del proceso.
- Rodear las negociaciones con mecanismos híbridos de apoyo e implementación, donde confluyen actores armados, instituciones, diplomáticos y sociedad civil. Ejemplos recientes son el Grupo Internacional de Contacto en Mindanao (Filipinas), con ONG y países internacionales; o el Equipo Internacional de Monitoreo del Cese al Fuego, también en Mindanao, que incluye a militares y civiles, países y ONG, internacionales y nacionales. La Guardia Indígena y otros procesos sociales podrían jugar un papel formal, por ejemplo.
- Reconocer el valor y fortalecer las otras vías hacia la paz que discurren en forma paralela a la mesa de negociaciones, con múltiples protagonismos: el empoderamiento ciudadano, el fortalecimiento de la democracia, la defensa de los derechos humanos, el desarme de la palabra, la transformación ética y cultural, el valor de la diferencia, la paz personal…
En este sentido, se recomienda vivamente promover iniciativas que conduzcan a un Diálogo Nacional que convoque a todos los actores sociales, políticos y económicos en la identificación de un horizonte común del cual nadie se sienta excluido.
La paradoja de un escenario de negociación consiste en que las partes que se enfrentan también se necesitan: un nuevo fracaso sería una derrota colectiva, para la insurgencia, para el gobierno, para el país y para la comunidad internacional.
Esta paradoja es motivo de esperanza.