A raíz de la intensificación reciente del conflicto armado, el autor reflexiona sobre la necesidad de repensar el cómo de un eventual proceso de paz en Colombia, a la luz de las nuevas experiencias internacionales y de las propuestas de la población afectada por el conflicto. Una nueva mirada a las negociaciones y a los acuerdos de paz serían dos innovaciones clave.

Escalada de violencia

Los procesos de negociación suelen venir precedidos por un aumento de las acciones armadas. Los actores de la guerra creen que así logran una posición de fuerza antes de sentarse a la mesa de negociación. Es decir, actúan bajo la lógica de “cuanta más violencia, más poder”.
 
En esta carrera macabra, la población civil sufre las principales consecuencias y es reducida a la obediencia, el silencio y la resignación. Así lo perciben las comunidades indígenas del norte del Cauca, hostigadas por lado y lado. Así lo entienden las mujeres, blanco de crecientes amenazas y asesinatos. Indígenas y mujeres, dos sectores que mantienen viva la esperanza y la lucha por un país sin violencia y que pagan con su vida el precio de no aceptar el “orden” imperante.

Politizar el conflicto

La política de seguridad democrática está tocando techo. Las fuerzas de seguridad pueden seguir matando guerrilleros, pero a fin de cuentas el problema no es sólo militar o policial.
Es más, como indican los indígenas, es mejor politizar a los actores y al conflicto mismo, antes de que la degradación sea completa e irreversible. Es decir, “exigir a los actores que expliciten su programa político, porque eso revela la inconsistencia entre su programa y su práctica, y también evidencia posibles caminos para una solución negociada” [1].
 
En este punto sería preciso preguntarse si han mejorado las garantías para ejercer la oposición política. ¿Realmente sería impensable hoy un nuevo politicidio, como el de la Unión Patriótica?
 
Al mismo tiempo habría que encontrar un nuevo paradigma para buscar la paz: en este momento probablemente no se trate tanto de discutir qué negociar (la agenda), sino de cómo hacer un proceso de paz en pleno siglo XXI. Los modelos del pasado pueden aportar lecciones pero, como resaltan las feministas, hacen falta procesos más incluyentes, participativos y, por ende, legítimos.
 
En esta búsqueda de un nuevo modelo de paz conviene re-evaluar algunas prácticas y los conceptos que se han interiorizado a lo largo de las décadas pasadas:

Desmitificar la mesa de negociación

Los que llegan a las mesa son los mismos que han hecho la guerra. Los mismos que han querido imponer su voluntad con la fuerza. La mesa de negociación es un espacio elitista, donde se sigue librando una guerra aunque con otros métodos.
 
Tradicionalmente, la legitimidad para sentarse en la mesa de negociación proviene sobre todo de la capacidad de hacer daño y no tanto de la capacidad de formular propuestas constructivas e incluyentes. La sociedad civil debe plantearse si su objetivo principal es ocupar una curul en ese espacio reducido, o si también le apuesta a democratizar la toma de decisiones, abriendo espacios paralelos y complementarios.
 
En realidad la mesa empieza a ser un arcaísmo. Desde Sudán hasta Filipinas, pasando por el País Vasco, gobiernos e insurgencias han ido cediendo protagonismo en las negociaciones de paz:
  • En España, ETA y el gobierno acordaron que en su mesa sólo se hablaría de presos y armas, mientras que las discusiones de fondo se llevarían a cabo en presencia de todos los grupos políticos, así como de agentes sociales y económicos.
  • En Mindanao, son las propias comunidades afectadas por el conflicto las que definen la agenda de negociación entre el gobierno y la guerrilla comunista y tienen la última palabra en la ratificación de los acuerdos.

Desmitificar el acuerdo de paz

Los acuerdos de paz nunca satisfacen las expectativas creadas. Básicamente porque los acuerdos de paz no traen paz. La firma de un acuerdo puede frenar los enfrentamientos entre ejércitos, la violencia directa entre actores armados. Pero las múltiples formas de violencia estructural y cultural tardan años, décadas en desaparecer.
 
Y, tristemente, la violencia directa adquiere otras expresiones: violencia criminal, juvenil... o un aumento de la violencia intrafamiliar y otras formas de violencia contra mujeres y niñas.
En el mejor de los casos el acuerdo de paz abre las puertas a un nuevo ciclo de negociaciones con un mayor número de actores para poner en práctica los acuerdos alcanzados (Irlanda del Norte, Nepal). En otras ocasiones (Guatemala) un excelente acuerdo de paz no llega a implementarse por falta de participación ciudadana e institucional en su elaboración.

Ampliar el imaginario sobre el concepto y el proceso de paz

Sin duda las negociaciones y los acuerdos de paz son imprescindibles. Pero el proceso de paz es mucho más que la mesa de negociaciones. Sobre todo en conflictos prolongados, como el colombiano, la complejidad del problema impide que sea resuelto por unos pocos. Ante los retos pendientes, el país reclama liderazgos y responsabilidades múltiples.
 
Es necesario un esfuerzo colectivo, creativo e incluyente:
 
Colectivo, porque no hay individuos suficientemente brillantes o poderosos que puedan resolver solos el entuerto. Creativo, porque tiene que ser innovador y construir sobre los avances morales e institucionales que ha habido a pesar de todo.
 
Incluyente, porque no se puede construir un nuevo país ignorando, despreciando o matando al que piense de forma diferente.
 
* Asesor en procesos de paz. Conciliation Resources (ww.c-r.org). Miembro del Grupo Internacional de Contacto para las negociaciones entre el gobierno de Filipinas y el Frente Moro de Liberación Islámica.