No hace mucho, los procesos de paz de las Filipinas y Colombia fueron aclamados como magníficos ejemplos de innovación y negociación para el mundo entero. Pero tras la derrota del "sí" al acuerdo de paz, por un estrecho margen, en el plebiscito colombiano, parece ser que los dos procesos de paz enfrentan el mismo problema – han entrado en un período lleno de incertidumbres de no-guerra y no-paz.  
 
Después del arduo trabajo en la mesa de negociación, la fase de implementación se ha convertido en un escollo. En Colombia, los fracasos anteriores habían dejado lecciones importantes y el país estaba mejor preparado para la fase post-acuerdo que las Filipinas. Se había establecido un mecanismo sofisticado para garantizar el apoyo legislativo y jurídico y se habían planeado bien los procesos de desmovilización. No obstante, quienes trabajaban a favor de la paz cometieron el mismo error que habían cometido en Filipinas: estaban convencidos de que estaban del lado correcto de la historia y subestimaron el poder de la opinión política y pública que se oponía al acuerdo.
 
Tanto en las negociaciones de paz de Mindanao como en las de Colombia, se llevaron a cabo valiosos esfuerzos para involucrar a los líderes políticos que se oponían a las negociaciones. Sin embargo, estos líderes demostraron poca voluntad de lograr un consenso y las críticas al acuerdo de paz se fortalecieron y extendieron.  Ninguno de los dos gobiernos logró conquistar la opinión pública a tiempo. 
 
En las Filipinas, el presidente Aquino podría haber capitalizado su popularidad inicial para remediar el prejuicio fuertemente arraigado contra los Moros, planteando así los diálogos de paz como una necesidad nacional, en lugar de ceder ante el poder coercitivo de las armas del MILF. En Colombia, desde hacía bastante tiempo, el gobierno mismo se había encargado de crearle a la gente la percepción de que la violencia del país era totalmente atribuible a las FARC, olvidando así las atrocidades cometidas por las fuerzas estatales. Si bien las  FARC lograron sobrevivir a la ofensiva militar del estado, años atrás ya habían perdido una batalla igualmente crucial: la batalla por la opinión pública. Cuando el gobierno aceptó hace poco un cese al fuego bilateral, una parte significativa de la población no logró entender el cambio de paradigma. Al final, muchos votaron en contra del acuerdo de paz porque no castigaba lo suficiente a las FARC. 
 
Tanto para las Filipinas como para Colombia hay formas de salir del impasse. Aunque el camino a seguir no está todavía claro para ninguno de los dos países, una cosa es cierta - es necesario ampliar los procesos de paz para garantizar que todas las capas sociales estén informadas, representadas e incluidas. 
 
En ambos países se requieren mayores innovaciones en cuanto a la transformación del conflicto, así como un proceso nacional de diálogo y reconciliación que garantice una visión unificada de la paz.