Este artículo ha sido publicado originalmente en OpenSecurity, una sección de openDemocracy.

A mediados de julio, comunidades indígenas del Cauca (región al sur-oeste de Colombia) aparecieron en los titulares nacionales e internacionales. El país entero fue sorprendido al ver centenares de indígenas desarmados exigiendo la expulsión de sus territorios, tanto de la guerrilla como del ejército.

Kristian Herbolzheimer sitúa estos hechos en el contexto de una lucha constante por la paz y la autonomía. 
 
Alzados frente al gobierno, las FARC y las compañías transnacionales mineras, los/as indígenas del Cauca quieren obtener reconocimiento como “tercer actor” en las negociaciones de paz. ¿Qué perspectivas existen hacia la construcción de alternativas ciudadanas para la paz?
 
Entre el gobierno, las FARC y las transnacionales mineras están los pueblos indígenas del Cauca: desarmados, pero capaces de reducir un sargento hasta las lágrimas.
 
A mediados de julio, comunidades del Cauca (región al sur-oeste colombiano) aparecieron en los titulares nacionales e internacionales. El país enteró fue tomado por sorpresa al ver centenares de indígenas desarmados exigiendo la expulsión tanto de la guerrilla como del ejército de sus territorios.
 
Una imagen de miembros de la comunidad cargando de brazos y pies a un Sargento del ejército impactó a una nación que ha desarrollado una comprensión superficial del conflicto: el bueno y el malo, el amigo y el enemigo. Una reacción usual fue: “¿Cómo puede esta gente mostrar tal falta de respeto por las fuerzas institucionales que están para protegerles de los terroristas de las FARC?”
 
Nadie escuchó a la gente del lugar
 
En realidad, los pueblos indígenas han estado diciendo "ya basta" durante muchos años; pero nadie les ha tomado en serio. Los territorios indígenas han sido uno de los campos de batalla más importantes de este prolongado conflicto armado, como la región del Cauca, un corredor estratégico para el movimiento de tropas y para el tráfico de drogas. Ya en el año 2000, cuando visité la zona indígena por primera vez, las comunidades habían solicitado al Gobierno y a la insurgencia de las FARC que resuelvan sus diferencias, ofreciéndoles en sus comunidades para el diálogo.
 
El trasfondo de esta situación es predecible y complejo. Esta región ha luchado por la identidad, el territorio y la autonomía desde la época de la colonización española, hace 500 años. Esto ha traído consigo una confrontación política permanente con el Estado colombiano sobre el derecho a la tierra, así como derechos culturales y políticos. Pero por otro lado, las FARC reclutan niños indígenas, y amenazan o asesinan a los líderes que no siguen sus órdenes. Como si no fueran ya una gran cantidad de intereses en conflicto, las empresas mineras están penetrando en los dominios ancestrales de las comunidades para apropiarse de los recursos naturales que allí se encuentran.
 
En general, la región del Cauca es una de las más afectadas por el conflicto en el país, y el cuarto de millón de indígenas que viven allí sufren de manera desproporcionada las consecuencias humanitarias y económicas de esta guerra.
 
Un referente para otras iniciativas de Paz
 
La población indígena en el Cauca siente que ni el Estado ni los rebeldes los representan. Durante un breve período de tiempo, en la década de 1980, crearon su propio grupo armado, el Movimiento Revolucionario Quintín Lame, para apoyar su lucha con el Estado y protegerse de las fuerzas insurgentes. Pero esa experiencia no duró mucho, ya que llevó a la conclusión de que a la violencia no se puede responder con más violencia. Desde entonces, han estado al frente de una lucha no violenta por la construcción de paz en Colombia, protegidos/as por una guardia indígena desarmada.
 
Inicialmente, la guardia defendía sus propias comunidades de las hostilidades llevadas a cabo por cualquier actor armado. Sin embargo, cada vez colaboran con más iniciativas de paz en todo el país: con campesinos y campesinas, mujeres y comunidades afrodescencientes que comparten su lucha por ser reconocidas como un tercer actor en las conversaciones para una solución pacífica del conflicto armado. Y con otros sectores de la sociedad que ven, en esta resistencia no armada contra la guerra, un símbolo y un referente para la Ruta Ciudadana hacia la Paz, que se centra más en la participación ciudadana y el fortalecimiento de las instituciones democráticas que en agudizar la confrontación armada o una mesa elitista de negociación.
 
Preguntas abiertas...
 
Esta revuelta indígena plantea interrogantes en varios frentes: ¿Cuánto tiempo más puede durar esta confrontación armada? ¿No se beneficiará la guerrilla de esta postura política de los indígenas contra las fuerzas de seguridad del Estado? ¿Los pueblos indígenas se engañan al pensar que pueden vivir en una "isla de paz" en medio de un país en guerra? ¿Qué lecciones se pueden aprender de otras iniciativas internacionales similares para crear zonas de paz? ¿Estaría de acuerdo la guerrilla en retirarse si el ejército accede a mover sus tropas? ¿Podrían estos retiros simultáneos conducir a algún tipo de diálogo humanitario? ¿Podría un diálogo humanitario señalar la apertura para un nuevo proceso de paz que ponga fin a 45 años de guerra?
 
Quedan muchas preguntas, pero una cosa está clara: los pueblos indígenas en el Cauca son la expresión anti-guerra más radical en Colombia. Están ofreciendo una oportunidad única para que el Gobierno, las FARC y la sociedad en general den un paso atrás, reevalúen su enfoque actual y demuestren la voluntad y la capacidad de tomar medidas audaces y creativas, necesarias para poner fin a casi cinco décadas de confrontación.